Siento una brisa elocuente de amor que me acompaña, cada vez que suspiro
tu ausencia, tus labios y tu cuerpo lleno de colores, pintando la
soledad de mi poesía... aapayés
Este retrato tiene su pequeña historia como la mayoría de las
pinturas y trabajos de – y en - mis creaciones, ésta en particular, sin
embargo, tiene “un algo” muy especial que me marcó mucho desde entonces,
como pintor.
Vivía para ese entonces
en Otawa, Capital canadiense. Me visitó, una tarde, una profesora de
inglés cuyo nombre es Mahoney, que, llena de vida vino a encargarme el
retrato que a continuación comparto con todos ustedes.
El
encargo era un retrato para ofrecer-lo como regalo sorpresa para el mes
de diciembre que, por lo que supe luego era el aniversario de la abuela.
Yo acepté con mucho agrado.
En esos días comencé por hacer
unos bocetos primero pero, sin llegar a culminar el encargo al lienzo…
pasaron, días y semanas, atrapado por un sinfín de trabajos que me
hacían casi imposible dedicar mis energías en el trabajo del retrato al
que me había comprometido.
La madrugada de un día miércoles de
ese mismo mes, a finales casi… en pleno reposo y relajado en mi cama,
perdiéndome en imágenes que llegaban a mi como futuros cuadros. La
habitación y el silencio se hacían cómplices de mi mientras en la
oscuridad no dejaban de invadirme suspiros uno de tras de otro, quizás
la imposibilidad de atrapar tantas imágenes que me invadían en ese
momento. Como una brisa fresca producto del cansancio seguía ahí en casi
absoluto reposo, y, el retrato de la abuela, ese encargo al cual yo me
había comprometido, volvió casi de la nada, como queriendo recuperar de
la memorias, ese rostro tierno de la anciana…, de inmediato sentí esa
inexplicable necesidad que sólo experimentan aquellos artistas,
pintores, músicos, poetas etc. que está siendo atrapado por el placer
interno de crear y en mi caso, pintar.
Me levanté y me puse a
trabajar, sin mirar ni tiempo ni el espacio, sólo, eso sí, la
complicidad íntima de mis colores, de mis pinceles; el caballete y el
lienzo. Así y sin darme cuenta, sin tan siquiera sentir el paso del
tiempo en mi cuerpo y mente, de día y de noche, y sin comer ni dormir,
se fueron pasando los días. Llegó el sábado y fue por la madrugada, si
mal no recuero, di con el pincel la última caricia al lienzo. Si, acababa
de terminar el retrato de la abuela. Me senté, cansado pero sin
apreciarlo en mi cuerpo, miré el cuadro…, miré una obra, la Obra y en
ello estaba cuando no sé ni en qué momento los párpados hicieron de las
suyas cayendo suavemente y cerrándose, sabían que las musas esas que
habían invadido mi cuerpo y mente, se habían marchado justo en el último
pincelazo que dieron mis manos en el retrato de la abuela.
No
sé cuánto tiempo dormí, lo que sí sé que al despertar era el mediodía de
un sábado del mes de septiembre de 1999. A las 13h del sábado, ¡toc,
toc! La puerta, alguien toca la puerta, me desperté, y casi sin ponerme
las sandalias fui a abrir el pestillo, y allí estaba la hija de la
abuela del retrato, y que precisamente llegaba a pedir mi Obra del
retrato de su madre. La conversación fue corta pero intensa… me decía
que, la abuela, había fallecido esa madrugada del sábado en la que yo,
quizás a la misma hora, di mi último pincelazo al retrato. Me había
quedado con todos los detalles de la cara que, la tristeza invadió mi
corazón porque de alguna manera, yo también era parte ya de aquella
anciana. Dejé eso sí, la ternura y la calidez de una mujer que había
llegado por medio de su hija quedarse de una manera fantástica en mi
memoria. Y aquí está la foto de ese retrato al óleo.
Luego supe
que, el cuadro había estado expuesto en el funeral, lo cual agradecí.
La hija, me hizo saber lo bien de mi trabajo, y machaconamente
diciéndome que su madre estaría contenta de ver el rostro de ella al
óleo.
Me quedé en la sala, en el sofá, pensando en la abuela,
en los contornos de su cara, las mejillas, los ojos, la mirada, el
cabello… un retrato que debía entregar en Diciembre y que por extrañas
circunstancias tuve que terminar tres meses antes de la entrega, una
tímida sonrisa dibujo mi rostro… mirando fijamente en el vacío de la
sala, el rostro de la anciana.